Respuesta a: ¿Existe la trinidad?

#7218
LUIS RENE HERNANDEZ
Invitado

DIOS EN TRES PERSONAS
LOS ATRIBUTOS DE Dios que nosotros en parte compartimos
entre los que están el amor, la sabiduría, el poder, y aquellos que son privativos de él. Los primeros los
podemos comprender; los segundos, no podemos comprenderlos. Hasta cierto punto podemos entender lo que
significa la autoexistencia, la autosuficiencia y la eternidad de Dios. Podemos expresarlos negativamente,
diciendo que Dios no tiene origen, no necesita de nada ni de nadie, que nunca cesará de existir y que no
cambia. Pero no podemos comprender lo que significan en sí y de por sí. Por lo tanto, ya nos mueven a la
humildad las primeras respuestas a quién es Dios y cómo es.
El Capítulo once estudiará los atributos que son más fáciles de comprender. Pero primero, vamos a considerar
otra área problemática: La Trinidad -Dios, aunque es uno, existe sin embargo en tres personas, Dios el Padre,
Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. La palabra Trinidad no figura en la Biblia. Viene de la palabra latina trinitas
que significa «triplicidad». Pero aunque la palabra no figura en la Biblia, la idea trinitaria se encuentra allí, y es
muy importante. Es importante porque no puede haber ninguna bendición verdadera sobre nosotros o sobre
nuestra tarea si nos desinteresamos de alguna de las personas de la Divinidad.
Para las mentes de algunas personas, la dificultad de comprender cómo Dios puede ser uno y tres al mismo
tiempo es razón suficiente para rechazar la doctrina de plano. Dichas personas no pueden comprender la
doctrina de la Trinidad y por lo tanto la niegan. Muchas veces argumentan que la teología debe ser «sencilla»,
porque lo sencillo es hermoso. Dios es hermoso y por lo tanto debe ser sencillo, y así continúan con su
argumento. Pero esto no es comprender ni la realidad ni la naturaleza de Dios como se nos revela en la Biblia.
¿Por qué tiene que ser sencilla la realidad? C. S. Lewis ha señalado acertadamente en Mere Christianity que la
realidad, por el contrario, suele ser extraña. “No es ordenada, ni obvia, ni lo que cabría esperar…. La realidad
suele ser por lo general algo que uno nunca se hubiera imaginado”.
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Esto es cierto para las cosas más
comunes, como una mesa o una silla. A simple vista parecen sencillas, pero si nos ponemos a hablar sobre los
átomos que las componen y las fuerzas que mantienen a esos átomos unidos, aun estas cosas tan «sencillas»
resultan muy difíciles de comprender. Y hay cosas mucho más complejas que resultan incluso más difíciles de
comprender. Así, el carpintero que construyó la silla es más complicado que el objeto que ha construido, y Dios,
que hizo al carpintero, debería ser lo más complejo e incomprensible de todo lo que hay.
TRES PERSONAS
Dios nos ha revelado algo de su complejidad en la doctrina de la Trinidad. Todo lo que conocemos sobre la
Trinidad lo sabemos sólo a través de la revelación que Dios realiza en la Biblia, y aun así no la conocemos bien.
Además, tenemos tanta facilidad para equivocamos en esta materia que debemos ser extremadamente
cuidadosos de no excedemos ni malinterpretar lo que encontramos en las Escrituras.
Lo primero que debemos decir es que los cristianos creen, al igual que los judíos, que Dios es uno. Como los
cristianos también creen en la Trinidad han sido equivocadamente acusados de creer en tres dioses, a manera
de un politeísmo. Es verdad que los cristianos ven una pluralidad en la Divinidad, porque Dios mismo nos revela
que esta pluralidad existe. Pero esto no es politeísmo. Los cristianos, como los judíos creyentes, son
monoteístas. Es decir, creemos en un Dios. Podemos recitar al unísono con los judíos:
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda
tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y
cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las
escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Dt. 6:4-9 )
Aquí, en este lenguaje tan claro, tenemos la enseñanza de que Dios es uno y que esta enseñanza debe ser
conocida por el pueblo de Dios, que debe hablar sobre ella, y enseñársela a sus hijos.
Esta misma verdad aparece en el Nuevo Testamento, que es exclusivamente cristiano. Allí leemos que «un ídolo
nada es en mundo» y que «no hay más que un Dios» (1 Co. 8:4). Se nos recuerda el hecho de que hay «un Dios
y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos» (Ef. 4:6). Santiago nos dice: «Tú crees que
Dios es uno; bien haces» (Stg. 2:19). 2
Se ha argumentado que no hay lugar para la Trinidad porque el versículo que citamos de Deuteronomio
comienza diciendo: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es». Pero en este mismo versículo la palabra
que se traduce «uno» es echad que significa no uno aislado sino uno en unidad. Es más, en la Biblia hebrea no
se usa nunca una palabra que signifique una entidad singular y aislada. Se trata más bien de la palabra que se
usa para hablar de un racimo de uvas, por ejemplo, cuando se nos dice que los individuos de Israel
Respondieron como un pueblo. O a una sola vos
Después que Dios le ha traído su esposa, Adán dice: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne;
esta será llamada Varona, porque del Varón fue tomada». Y el texto añade: «Por tanto, dejará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn. 2:23-24). Otra vez la palabra es echad.
No se está sugiriendo que el hombre y la mujer se conviertan en una sola persona, sino que de una manera
divina se conviertan en uno. De una manera similar, pero no idéntica, Dios es un Dios pero existe en tres
«personas».
Una de las dificultades a esta altura es que no tenemos una palabra adecuada en español, ni en ningún otro
idioma, para expresar la naturaleza de las distintas existencias dentro de la Divinidad. La mejor palabra que
tenemos es persona, que viene de la palabra persona en latín -y que significaba la máscara que un actor usaba
cuando representaba un personaje en una obra teatral griega. Pero cuando hablamos de una máscara ya nos
estamos desviando del verdadero significado. Porque no debemos imaginamos a las personas de Dios como
siendo meramente la manera como Dios de tiempo en tiempo se manifiesta a los seres humanos. Este error se
conoce como modalismo o sabelianismo, palabra proveniente del nombre del primer hombre que popularizó
esta idea en la historia de la iglesia (a mediados del siglo tercero).
La palabra griega más comúnmente usada era homoousios, que literalmente significa «un ser». Pero
nuevamente, este nombre es equívoco si por ello comenzamos a entender que tenemos tres seres distintos con
tres naturalezas diferentes dentro de la Divinidad. Calvino no estaba satisfecho con ninguna de estas palabras.
Prefería la palabra subsistencia. Sin embargo, esta palabra, si bien puede ser muy acertada, no transmite
mucho significado a la mayoría de los lectores contemporáneos.
En realidad, la palabra persona es la mejor elección, siempre y cuando tengamos presente lo que entendemos
por una persona. En el lenguaje cotidiano suele denotar un ser humano y, por ende, alguien que es
exclusivamente un individuo. Es el concepto que tenemos presente cuando hablamos de despersonalizar a
alguien. Pero no es ese el significado que la teología le asigna a esta palabra. Es posible ser una persona
completamente disgregada de una existencia corporal. Podemos, a modo de ejemplo, perder un brazo o una
pierna en un accidente, pero todavía seguiremos siendo una persona con todas la marcas de nuestra
personalidad. Además, de acuerdo con las enseñanzas cristianas, aun cuando hayamos muerto y nuestros
cuerpos entren en descomposición, todavía seguiremos siendo personas. Lo que queremos significar, entonces,
es un sentido de existencia que se expresa en conocimiento, sentimientos, y voluntad.
Tenemos así tres personas o subsistencias dentro de Dios, cada una con conocimiento, sentimientos y voluntad.
Y sin embargo, aun después de estas precisiones, todavía no hemos podido abarcar todo el significado. En el
caso de Dios, el conocimiento, los sentimientos y la voluntad de cada persona dentro de la Divinidad -el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, son idénticos.
LA LUZ, EL CALOR, EL AIRE
¿Cómo es posible ilustrar que Dios es un Dios pero que existe en tres personas? Es prácticamente imposible
encontrar una buena ilustración, aunque muchas han sido sugeridas. Algunos han sugerido la idea de una torta
que puede estar compuesta al mismo tiempo por capas, porciones e ingredientes. Se lo podría comparar al
Padre con los ingredientes, al Hijo con las capas (como Dios desciende hacia nosotros) y al Espíritu Santo con
las porciones (como es compartido entre todos). Otra ilustración consiste en un hombre que en un mismo
momento es padre, hijo y esposo. Pero el problema de esta ilustración es que este hombre sólo puede ser una
de estas cosas con respecto a un individuo (o, en el caso de ser un padre, para un grupo reducido de
individuos), mientras que en el caso de Dios, él es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todos.
Posiblemente una ilustración más clara de la Trinidad es la ilustración de la luz, el calor y el aire. Si extendemos
nuestra mano y la observamos, veremos que cada uno de estos elementos está presente. Hay luz, porque sólo
cuando tenemos luz podemos observar nuestra mano. Podría haber luz infrarroja. Pero aún en este caso, si bien 3
nosotros no la podríamos ver, podría ser captada por instrumentos especiales. También hay calor entre nuestra
cabeza y nuestra mano. Es fácil de comprobar sosteniendo un termómetro. La temperatura variará mientras
caminamos de una habitación fría a una más cálida, o desde el exterior al interior de una casa. Y por último,
hay aire. Podemos soplar nuestras manos y lo sentiremos. Podemos sacudir nuestra mano y abanicamos la
cara.
Lo importante es que cada uno de estos tres elementos -la luz, el calor, y el aire- son distintos. Cada uno tiene
sus propias leyes y puede ser estudiado por separado. Y sin embargo, (al menos lo es en las circunstancias
terrenales normales) es imposible que se dé uno de ellos sin la presencia de los otros. Son tres y, sin embargo,
son uno. Juntos constituyen el medio ambiente en el que nos desenvolvemos.
Lo que esta ilustración tiene de interesante además es que la Biblia habla de cada uno de estos elementos con
relación a Dios.
La luz: «Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en
él» (1 Jn. 1:5).
El calor: «porque nuestro Dios es fuego consumidor» (He. 12:29).
El aire, el aliento o el viento: «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene,
ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Jn. 3:8).
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LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA
El punto clave, sin embargo, no es si podemos entender la Trinidad, incluso mediante la utilización de
ilustraciones; sino si hemos de creer lo que la Biblia tiene para enseñarnos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, y sobre la relación que existe entre ellos. Lo que la Biblia dice puede ser resumido en las siguientes cinco
proposiciones:
1. Hay solamente un Dios vivo y verdadero que existe en tres personas: Dios el Padre, Dios el
Hijo y Dios el Espíritu Santo. Ya hemos considerado esta verdad en forma general. La analizaremos
con más detención cuando tratemos el tema de la deidad del Hijo y el Espíritu Santo en el tomo dos y tres
de este volumen. Notamos aquí una pluralidad dentro de la Divinidad que ya está sugerida en las páginas
del Antiguo Testamento, antes de la Encarnación del Señor Jesucristo y antes de la venida del Espíritu
Santo sobre el pueblo de Dios. Esta pluralidad la podemos ver, en primera instancia, en aquellos pasajes
en los que Dios se refiere a sí mismo en el plural. Un ejemplo lo constituye Génesis 1:26. «Entonces dijo
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Otro ejemplo es Génesis
11:7. «Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua». Un tercer ejemplo lo tenemos en Isaías
6:8. «Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» En otros pasajes
nos encontramos con un ser celestial llamado «el ángel del Jehová» que, por un lado se lo identifica con
Dios y sin embargo, en otras ocasiones, se lo distingue de Dios. Es así como leemos: «Y la halló (a Agar)
el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto…. Le dijo también el ángel de Jehová:
Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud…. Entonces llamó el
nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve» (Gn. 16: 7, 10, 13). Un caso aún más
extraño es la aparición de los tres varones a Abraham y a Lot. Los ángeles son referidos a veces como
tres, y otras veces como uno. Además, cuando hablan, se nos dice que es Jehová el que habla (Gn. 18).
Por último, el pasaje más asombroso es el de Proverbios 30:4. El profeta Agur está hablando sobre la
naturaleza del Dios Todopoderoso, confesando su propia ignorancia. «¿Quién subió al cielo, y descendió?
¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los
términos de la tierra?» Y entonces agrega: «¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?» En
aquellos días, el profeta sólo conocía el nombre del Padre, el nombre de Jehová. Hoy también conocemos
el nombre del Hijo, que es el nombre del Señor Jesucristo.
2. El Señor Jesucristo es completamente divino, siendo la segunda persona de la Divinidad y
habiéndose hecho hombre. Es aquí donde radica el punto crucial de la polémica sobre la Trinidad;
aquellos a quienes no les gusta la doctrina de la Trinidad la rechazan principalmente porque no están
dispuestos a otorgar al «hombre» Jesús esta posición tan exaltada.
Esta renuencia se ve por primera vez en las enseñanzas de Arrió de Alexandria (que murió en el año 336
a.C.). Sabelio, a quien ya hemos mencionado, tendía a integrar a las personas de la Trinidad de manera 4
tal que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, fueran sólo manifestaciones de un único Dios con el propósito
de nuestra redención. Arrio, cuya obra principal fue producida inmediatamente después de la de Sabelio,
se fue al otro extremo. Dividió a las personas de la Trinidad de tal forma que el Hijo y el Espíritu se
convertían en algo menos que Dios el Padre. De acuerdo con Arrio, el Hijo y el Espíritu eran seres que
Dios por su voluntad había hecho existir para que actuaran como sus agentes en la redención. Por lo tanto
no eran eternos (como Dios sí lo es), y no eran completamente divinos. Arrio utilizó la palabra divino para
describirlos pero con un sentido inferior al que le asignaba cuando la empleaba para referirse al Padre. En
siglos más recientes este mismo error ha sido expuesto por los unitarios y por algunos otros cultos
modernos.
Pero se trata de un error muy importante. Porque si Cristo no es completamente divino, entonces nuestra
salvación no ha sido ni lograda ni asegurada. Ningún ser que sea inferior a Dios mismo, no importa lo
exaltado que esté, puede llevar sobre sí todo el castigo por los pecados del mundo.
Hay muchos pasajes claves que nos enseñan sobre la deidad del Señor Jesucristo. Leemos que «En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios» (Jn.
1:1-2). Que este pasaje de Juan está haciendo referencia al Señor Jesucristo surge con claridad al leer
Juan 1:14, donde se nos dice que el «Verbo» mencionado en el versículo 1 «fue hecho carne, y habitó
entre nosotros». De manera similar, Pablo escribe: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también
en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en
la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»
(Fil. 2:5-8). La expresión «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a
sí mismo» no significan que Jesús dejó de ser completamente Dios durante su encarnación, como algunos
han sostenido, sino más bien que temporalmente dejó de lado su gloria divina y su dignidad para poder
convivir entre nosotros. Debemos recordar que fue durante los días de su vida aquí que Jesús afirmó: «Yo
y el Padre uno somos» (Jn. 10:30), y «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9).
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3. El Espíritu Santo es completamente divino. Es el propio Señor Jesucristo el que con más claridad nos
enseña sobre la naturaleza del Espíritu Santo. En el evangelio de Juan, Jesús compara el ministerio del
Espíritu Santo que había de venir con su propio ministerio. «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros» (Jn. 14:16-17). Esta enseñanza sobre la naturaleza del Espíritu Santo está sustentada por el
hecho que se le asignan atributos que son distintivos de Dios: su eternidad (Heb. 9:14), su omnipresencia
(Sal. 139:7-10), su omnisciencia (1 Co. 2:10-11), su omnipotencia (Lc. 1:35) y otros.
4. Si bien cada uno es completamente divino, las tres personas de la Divinidad están
relacionadas entre sí de un modo que implica algunas diferencias. Es así que en las Escrituras se
nos dice que fue el Padre (y no el Espíritu) quien envió a su Hijo al mundo (Mr. 9:37; Mt. 10:40; Gá. 4:4),
pero que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu (Jn. 14:26; 15:26; 16:7). No sabemos cabalmente lo que
significa esta descripción de relaciones dentro de la Trinidad. Lo que se suele decir es que el Hijo está
sujeto al Padre, porque el Padre lo envió; y que el Espíritu está sujeto tanto al Padre como al Hijo, porque
fue enviado al mundo por el Padre y el Hijo. Sin embargo, debemos recordar que cuando hablamos de
sujeción no queremos significar desigualdad. Si bien esta es la manera como están relacionados entre sí,
los miembros de la Divinidad son «lo mismo en sustancia, iguales en poder y en gloria», como lo afirma el
Westminster Shorter Catechism (Pregunta 6).
5. En la obra de Dios, los miembros de la Divinidad trabajan conjuntamente. Es una práctica
común entre los cristianos que se divida la obra de Dios entre las tres personas, adjudicándole al Padre la
obra de la creación, al Hijo la obra de la redención y al Espíritu la obra de la santificación. Una manera
más correcta de hablar sería decir que cada miembro de la Trinidad coopera en cada una de estas obras.
Tomemos por ejemplo la obra de la creación. De Dios el Padre se nos dice que «Desde el principio tú fundaste
la tierra, y los cielos son obra de tus manos» (Sal. 102:25); y que «En el principio creó Dios los cielos y la tierra»
(Gn. 1:1). Del Hijo está escrito: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que
hay en la tierra, visibles e invisibles» (Col. 1:16); y que «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de
lo que ha sido hecho, fue hecho» (Jn. 1:3). Del Espíritu Santo está escrito: «El espíritu de Dios me hizo» 5
(Job 33:4). De la misma manera podemos aprender cómo las tres personas de la Divinidad intervinieron en la
obra de la encarnación trabajando en unidad, aunque sólo el Hijo fue hecho carne (Lc. 1:35). Las tres personas
estuvieron presentes en ocasión del bautismo del Señor: el Hijo subió del agua, el Espíritu descendió como
paloma y la voz del Padre se escuchó de los cielos, «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia»
(Mt. 3:16-17). Las tres personas intervinieron en la expiación, como lo expresa Hebreos 9:14, «Cristo, el cual
mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios». La resurrección de Cristo, de manera
similar, es atribuida en alguno pasajes al Padre (Hch. 2:32), en otros al Hijo (Jn. 10:17-18), y en otros al
Espíritu Santo (Ro. 1:4).
No debemos sorprendernos entonces que nuestra salvación también esté atribuida a cada una de las tres
personas: «elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser
rociados con la sangre de Jesucristo» (1 P. 1:2). Y tampoco debemos sorprendemos por haber sido enviados al
mundo para hacer «discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo» (Mt. 28:19).
UNA TRIPLE REDENCIÓN
Para terminar este capítulo es necesario volver a señalar que aunque podemos decir cosas valederas sobre la
Trinidad (basado en la revelación de Dios sobre este tema), la Trinidad es todavía insondable. Debemos
humillarnos frente a la Trinidad. Alguien en cierta ocasión le preguntó a Daniel Webster, el orador, cómo un
hombre de su inteligencia podía creer en la Trinidad. «¿Cómo puede un hombre de su calibre mental creer que
tres es equivalente a uno?», le interrogaron. Webster contestó: «No pretendo conocer completamente la
aritmética celestial ahora». La doctrina de la Trinidad no significa que tres es equivalente a uno, como bien lo
sabía Webster. Más bien significa que Dios es tres en un sentido, y uno en otro sentido. Sin embargo, la
respuesta de Webster demuestra el grado de humildad que una criatura debe tener. Creemos en la doctrina de
la Trinidad no porque la podamos entender, sino porque así la Biblia nos enseña sobre ella, y porque el Espíritu
mismo da testimonio en nuestros corazones que es así.
Notas
1. C. S. Lewis, Mere Christianity (New York: The Macmillan Company, 1958), p. 33.
2. Esta ilustración de la Trinidad, comparándola con la luz, el calor y el aire, no es nueva; pero en este caso es tomado
prestada esta presentación de Donald Grey, Barnhouse, Man’s Ruin (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1952), pp. 64-65.
3. Packer desarrolla con más detalle la manera en que Jesús se «despojó así mismo», Knowing God, pp. 51-55