Respuesta a: Identidad Cristiana

#8874
Félix Guttmann
Moderador

Juan:

Para entender si «el hombre puede llegar a ser Dios», lo conveniente es, primeramente, despejar qué entiende cada quien con eso de «Dios».
¿De dónde procede esa voz: «DIOS»?

Del latín: «DEUS» y esta del griego «THEOS» (no de Zeus). ¿Qué les significaba entonces a los griegos esa palabra, y por qué los romanos de ella o de ello se inspiraron para fonetizarlo como «DEUS»?

¿Qué es DIOS? ¿Quién lo puede responder si existen innumerables de religiones que se sustentan de su DIOS o de sus dioses? ¿Podrá definir qué o quién es DIOS, por ejemplo, un hindú, un islámico, un budista, un judío religioso, un católico, un Protestante, un «evangélico», un Testigo de Jehová, un Hare Krishna, un Unitario….?

¿Qué civilizaciones medianamente antiguas no creyeron en sus dioses, como los persas, los babilónicos, los egipcios, los chinos, los romanos, y ¿será que ellos nos podrán definir qué les significó eso de «DIOS» o sus «dioses»?

Pablo, al respecto aclaró que existen «algunos que se llaman dioses, sea en el cielo, o en la tierra», independientemente de que es evidentemente, resaltó Pablo, que «hay muchos dioses y muchos señores«, obviamente en esos cielos, y lo peor en esta tierra, sin embargo de cara a esa realidad, ese enviado por Jesús a las naciones aclaró que para «ellos» (¿quiénes?), «sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros (¿quiénes?) somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros (¿quiénes?) por medio de él (existimos). Pero no en todos hay este conocimiento», subrayó Pablo (1Co 8:5-7 R60).

Sin definir ese vocablo, «DIOS», es casi que imposible enfocar lo que al respecto hay que ver, y como corresponde, y sin comprender ese asunto obviamente no se puede comprender esa realidad, y menos si usamos lentes, espejuelos, gafas e incluso antifaces religiosos o místicos.

La misma «Biblia» reseña que el mismo «Dios» de los israelitas aclara que todos sus hijos son «dioses» (Sal. 82.6), y esa aclaración tratan de desdibujarla como bien les parezca los eruditos que sustentan su animosidad religiosa en ese Libro, aun cuando el mismo Jesús se lo ratificó a sus congéneres: «¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si (Dios) llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?» (Joh 10:34-36 R60).

La persona que asegura que el «hombre puede llegar a ser Dios en su naturaleza pero no en la Deidad» está tibio en su apreciación, pero no frío. Algo en ese aspecto le cuece a esa persona y se atreve a comentarlo, mientras que otros eruditos se ríen de ello o se burlan, pero no lo confrontan.

Por ejemplo, Yehovah impuso a Moisés como «dios» sobre el faraón: «Yehováh dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón (…). Tú dirás todas las cosas que yo te mande (….) (Exo 7:1-2 R60) y a Jesús lo delegó eternamente como «Dios sobre todas las cosas«, teniéndose en cuenta que Jesús desciende de esos patriarcas, de los cuales, «según la carne», vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas (….)» (Rom 9:5 R60).

Si nos atrevemos, como debe ser y hacerse, a recopilar toda esa información que hace referencia a los dioses de esas tantas mitologías, y nos atenemos a lo que aporta Pablo, que nos dice sin rodeos que existen «algunos que se llaman dioses, sea en el cielo, o en la tierra», independientemente de que es evidentemente, resaltó Pablo, que «hay muchos dioses y muchos señores«, obviamente en esos cielos, y lo peor en esta tierra, y que ese ADAM fue HECHO, de «hechura» a imagen y conforme a una semejanza específica de quienes decidieron su formación integral, y que fue «creado» a imagen de ELOHIM, y ese vocablo es traducido como «dioses», y no dejamos de lado lo que el salmista reseñó (Sal. 82.6), que Jesús ratificó (Jn. 10.34-36), y si además nos fijamos en el organigrama que Juan vio arriba en ese lugar establecido en esos cielos (Rev. 4 y 5), conformado por esos 24 monarcas, que conforman ese trono que rodea a ese otro trono, donde está UNO sentado, el «antiguo (traducido como «anciano») de días» (Rev. 4.2; 4; Dan. 7.9, 13, 22), de quien recibió Jesús, en su calidad de «cordero inmolado» ese rollo (Rev. 5.7), entonces solo organizando toda esa información con sensatez, tenemos, pues, una verdad ante nuestras narices, y una conclusión más que obvia, que si DIOS es Padre, lo es porque tiene hijos y sus hijos lo son porque proceden de su genética específica que del Padre heredaron, que las hace ser de su «linaje»: «Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres» (Act 17:28-29 R60).

Si al Padre le «agradó» que en él, en Jesús, «habitase toda plenitud» (Col 1:19-20 R60), también llegará ese día cuando todos los seguidores de Jesús alcanzarán la «estatura» o posición a semejanza de «Cristo» (Ef. 4:13 R60), «porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (Joh 1:16-17 R60).
y todos hemos de ser «llenos», de llenura, «de toda la plenitud de Dios» (Ef. 3:19 R60).

Sin embargo, ningún hijo de ese «DIOS», el Padre, formará parte de la unidad esencial (Jn. 10.30) aunque si de la unidad familiar:

Jesús le oró al Padre que no le rogaba «solamente» por esos pioneros que envió al mundo, «sino también por los que han de creer en él por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos» (Joh 17:20-26 R60).

Es sensato y conveniente tener siempre en cuenta que el mismo Jesús ratificó a sus congéneres que está escrito en su ley, la que recibieron de Moisés, que el Padre aclaró: «dioses sois», y que si «Dios» llamó «dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios» y que «la Escritura no puede ser quebrantada, ¿por que entonces los cristianos, que dicen recibir «la palabra de Dios», no se ubican como «hijos de Dios» en vez de sentarse en las «iglesias» para hacer de pedigüeños de milagros y de bienes, mientras gustan la función dominical, como si de ir a un cine se tratara, para solo allí «sentir» al «Espíritu santo», solo en ese tiempo que disponen supuestamente para la alabanza y para la adoración (Jn. 4.22-24).

FGuttmann.