Como en el ateísmo no se cree en las profecías, desde hace mucho el libro de Daniel es uno de sus blancos favoritos. Sus predicciones fueron tan exactas, que no tuvieron otra salida más que suponer que se había escrito después de los hechos, y además han pretendido encontrar errores en su registro.
Fue Porfirio un filósofo del siglo 3 quien tuvo la brillante idea de afirmar que el libro de Daniel había sido escrito por Judas Macabeo hacia el año 170 a.C; negando así que el libro tuviera la antigüedad que se le atribuía, y que hubiera sido escrito por Daniel, quien vivió en el exilio babilónico unos 400 años antes de esta fecha. En lo sucesivo fue la mejor excusa que encontraron los escépticos para decir que este libro se había escrito después de los acontecimientos que anunciaba. Solo que el mismo libro se encargó de confirmar su autenticidad, pues sus profecías continúan cumpliéndose hasta los últimos días.
En 1850 Ferdinand Hitzig dijo que Belsasar era producto de la imaginación de Daniel, y que este rey de Babilonia registrado en la Biblia no era quien gobernaba el imperio cuando cayó en manos de los persas.
Pero solo 4 años después surgió la evidencia, cuando en las ruinas de Ur al sur de Irak, se desenterraron unos documentos cuneiformes en cilindros de arcilla, donde el rey Nabonido escribió «Bel-sar-ussur, mi hijo mayor». Sin más opción la misma crítica aceptó que se trataba del Belsasar mencionado en Daniel; y sin embargo se alegó que Daniel confundía a Nabucodonosor con Nabonido; pero al parecer Nabonido se casó con la hija de Nabucodonosor, por lo cual Belsasar es su nieto, pero se registra como “hijo de”, porque ni el idioma hebreo, ni el arameo manejan las palabras “abuelo” o “nieto”.
Lo que finalmente sí comprueba que en Daniel se registra implícitamente la existencia de Nabonido, es cuando Belsasar espantado por la escritura que surgía en la pared, ofreció el tercer lugar del reino a quien la descifrara; sabiendo aún que era asunto de vida o muerte para todos, solo podía ofrecer el tercer lugar, y no el segundo, porque el primer y el segundo lugar en el reino ya pertenecían a su padre Nabonido y a él. Lo que prueba que Daniel sí pudo elaborar con más detalle la descendencia de estos reyes puesto que vivió en Babilonia.
5:6 Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra.
5:7 El rey gritó en alta voz que hiciesen venir magos, caldeos y adivinos; y dijo el rey a los sabios de Babilonia: Cualquiera que lea esta escritura y me muestre su interpretación, será vestido de púrpura, y un collar de oro llevará en su cuello, y será el tercer señor en el reino.
Igualmente se ha considerado que Darío el medo es un personaje ficticio, y que fue Ciro el persa quien gobernó después de ser derrotada la monarquía babilónica. Pero basados en los descubrimientos de las tablillas de arcilla, se ha establecido que Ciro no asumió directamente como rey de Babilonia tan pronto como ejecutó su conquista, sino que fue un rey vasallo a quien se dio la gobernación en lugar del propio Ciro, y esto apunta principalmente hacia un gobernante medo, lo cual es ratificado cuando Daniel da a entender que Darío recibió el reino,
5:31 Y Darío de Media tomó [Aram. ‘kebal’=tomar, recibir] el reino, siendo de sesenta y dos años.